22 abr 2011

PATVÉ: Historia real de la vida de una amiga travesti. XLIX

Capítulo XLIX, Un Sábado en la Noche

Pasaron unos meses, yo seguía con mi trabajo en la tienda y mis acercamientos con Jaime los cuales ahora ya disfrutaba sin pena conmigo mismo. Me gustaba tenerlos y me sentía casi con derecho a tocarle el pene cuando me daban ganas, me encantaba tocarlo y sentírselo blandito y que en pocos segundos ante la reacción de mis caricias lograba que se le pusiera duro, era una especie de satisfacción especial el saber que yo era capaz de poder excitarlo a ese grado.

DE igual manera, consideraba que el tenía el mismo derecho de tocarme mis nalguitas cuando pasaba frente a el o en ocasiones cuando no había clientes que yo pasaba cerca de el, de espaldas y me le recargaba abiertamente en una especie de juego erótico que a ambos nos gustaba, entonces a veces el me atraía de la cintura hacia el y me dejaba sentir su virilidad, pero esto lo hacía solamente si tenía una erección pues notaba que no le gustaba que le tocara o dejármelo sentir cuando no lo tenía derecho. Por mi parte, de cualquier manera, lo disfrutaba.

Yo casi no trataba con Don Melquíades pues cuando el llegaba yo me retiraba; a veces me ponía a pensar que haría si supiera que su hijo me hacía ese tipo de caricias. Prefería no imaginarlo.

No siempre Jaime y yo teníamos juegos eróticos, a veces, el hablaba un poco de Elena que era como se llamaba su novia, a mi me gustaba que lo hiciera. Le hacía preguntas específicas acerca de si a ella la había tocado o acariciado el busto, o si ella lo había tocado a el. A veces me contaba un poco de cosas íntimas entre el y ella lo cual me gustaba pues me hacía tener una especie de identificación con lo que el hacía con ella No me decía muchos detalles pero a mi me gustaba preguntarle en una especie de competencia que de manera morbosa me imaginaba poder tener con ella.

Por mi parte le contaba de Marla, el no me creía que yo le hubiera podido tocar el busto a una mujer. A veces, me preguntaba si había tenido acercamientos con otros chicos, yo le decía la verdad, el era el primero con el que había tenido ese tipo de acercamientos. Me creía.

De esa manera se fueron los días y las semanas. Una tarde don Melquíades me preguntó si el siguiente sábado podía ir a trabajar todo el día pues el tenía un compromiso a lo que le contesté que si podía, eso me significaba una entrada extra asi que le dije que si.

Ese sábado trabajamos los tres toda la mañana. A medio día don Melquíades se fue y Jaime y yo comimos en la trastienda en turnos diferentes pues por ser sábado había muchos clientes. Asi estuvo toda la jornada, ya en la nochecita como a eso de las nueve bajamos la cortina y pusimos los candados por fuera dejando sin asegurar solo la puerta de la cortina para poder entrar a apagar la luz y salir.

Jaime entró apagó la luz, de la trastienda, yo me quedé parado afuera, en la calle, esperando que el apagara después la de la tienda y saliera para poner el último candado en la puerta individual, pero no lo hizo y en su lugar me llamó desde adentro y me dijo que pasara de nuevo un momento. Entré y me pidió que cerrara la puerta lo cual hice.

- Pásale el seguro, me dijo

Yo empezaba a intuir lo que venía, no sabía si era correcto lo que pensaba pero me empecé a sentir como mareado de la sangre que se me iba a la cabeza, me quedé estático, el me sacó de mis pensamientos diciendo de nuevo.

- ¡Que pongas el seguro!

Como me tuvo que repetir que pasara el seguro me di cuenta que me había quedado absorto en mis pensamientos Yo sabía para que quería que pasara el seguro estando los dos adentro, lo pensé solo un segundo y le obedecí.

- Apaga la luz, dijo señalando el interruptor que apagaba las luces del frente de la tienda y diciendo esto se pasó a la trastienda y encendió nuevamente la luz de atrás.

Apagué la luz principal y quedó solamente la luz que entraba de la trastienda.

- Ven, me dijo

Yo estaba temblando de deseo y de emoción pero también tenía miedo, nunca había estado en una situación asi, en fantasías muchas veces pero no en la realidad.

Entré lentamente a la trastienda. El estaba parado de frente a mi, se me acercó me puso los brazos en los hombros, yo me quedé estático, el me giró para que le diera la espalda, pasó sus brazos por mi cintura desde atrás de mi hacia el frente y trató de desabrocharme el pantalón que en esta ocasión, como iba a trabajar delante de don Melquíades era de mezclilla con cierre al frente, no muy entallado. Tardó unos segundos, liberó el botón y bajó el cierre. Por un momento pensé que querría tocarme el pene pero no lo hizo, solo metió sus dos manos en la parte trasera de mi pantalón y me empezó a acariciar mis nalguitas moviendo las manos dentro de mi ropa a su gusto, seguro del derecho que el haberlo realizado ya muchas veces le otorgaba.

Me acarició las dos pompis y sin dejar pasar mas que unos cuantos segundos pasó la yema de su dedo medio por mi agujerito pero no me penetró, solo puso su dedo ahí accionando la yema para generar una leve presión insuficiente para generar una penetración pero evidente y sensible para que yo supiera que en ese momento, el, a través de su dedo era dueño de mi

De repente dejo de mover su dedo y quedó callado.

Yo estaba parado de espaldas a el en plan totalmente pasivo, el tenía su mano dentro de mi pantalón y dentro de mis calzoncitos, me estaba tocando las pompis y tenía un dedo a punto de penetrar mi agujerito pero no lo hizo si no que lo dejó estático. Con voz que me pareció sumamente lujuriosa por efecto de la situación me preguntó con voz baja:

- ¿Lo quieres?

Yo ya había superado la etapa de la vergüenza conmigo mismo como para sentir pena para dar una respuesta afirmativa y entusiasta a esa pregunta asi que le contesté con franqueza, basada en los acercamientos que para entonces ya habíamos tenido tantas veces. Le dije que si, que lo metiera.

El me preguntó de nuevo no como para asegurarse, si no como para que quedara claro que era yo quien lo pedía:

- ¿Deveras lo quieres?

- Si, le dije con un poco de inpaciencia, mételo.

Me dijo:

- Pídemelo por favor.

Comprendí el juego y le pregunté

- ¿Y si no te lo pido por favor, que pasa?

- No hay dedito. Si quieres dedito pídeme el favorcito, dijo haciendo una rima a manera de juego de palabras.

No me desagradaba la idea de tener que pedírselo, no me daba pena, al contrario, me excitaba, lo quería pero no sabía si el estaba jugando o quería realmente humillarme.

El notó que dudaba, me tomó la mano por la muñeca y me dijo que si quería me ayudaba a “emocionarme”, señaló:

- Tócalo primero asi, sobre el pantalón.

Continuó el movimiento que había iniciado y llevó mi mano a su pene y la puso sobre el, pero arriba del pantalón, en ese momento metió su dedo en mi hoyito causándome un leve dolor, pero lo sacó de inmediato.

- ¿Qué pasa? Le pregunté

- Quiero que me lo pidas por favor.

- ¿Y si no te lo pido?, le pregunté siguiendo su juego.

- Bueno, contestó, pues te doy una ayudadita mas para que termines de emocionarte.

Diciendo esto, hizo a un lado mi mano que lo estaba tocando, bajó el cierre de su pantalón y se sacó el pene y me dijo:

- Quiero que me lo toques “en vivo”, vas a ver si no me lo pides por favor.

Llevó mi mano a su pene al desnudo. Todas las veces anteriores que lo había tocado habían sido siempre sobre el pantalón pero en esta ocasión, en la tranquilidad de la trastienda y ya cerrado el local y sin clientes que nos pudieran distraer el finalmente decidió sacar su pene al aire; estaba erecto a mas no poder, lo supe no porque se lo hubiera visto, si no porque aun de espaldas lo sentí asi al momento de tocárselo.

No resistí la tentación, le saqué sus manos de entre mis nalguitas y me voltee para mirarlo. Muchas veces se lo había tocado pero nunca se lo había visto. No puedo decir que estaba hermoso pues un pene por si mismo no lo es, pero cuando el lo sacó al través de la bragueta de su trusa yo lo vi así. Imaginé ese pene de mil maneras, estaba encantador, no se cuanto tiempo me le quedé viendo, el pellejito le tapaba parcialmente la cabecita que asomaba apenas de un color rojo intenso. El tomo nuevamente mi mano y la llevó hasta su virilidad la cual toqué.

Lo toqué primero con reserva pero después con gusto y disponibilidad tomándolo entre los dedos de mi mano como el mango de alguna herramienta que fuera a utilizar. Era una combinación de suavidad al tacto integrada por una dureza que la sostenía y daba alma a su masculinidad. Lo tomé solo con una mano, le hice el pellejito para arriba y para abajo, gozando de esa sensación que me era familiar por haberlo hecho ya mil veces con mi propio pene con la diferencia que ahora lo hacía en el pene de otro chico lo cual lo hacía también mil veces mas emocionante.

Fue algo totalmente diferente a todas las veces que lo había tocado por sobre el pantalón. Tener un pene en la mano, en “vivo” como el decía era incomparable contra el hecho de tocarlo por sobre la tela de la ropa. Esa sensación de tocarlo directamente y sentir la tibieza de su carne me hizo casi enloquecer, estaba dispuesto a hacer a lo que el me pidiera que hiciera.

Yo lo estaba disfrutando, el contacto directo con su pene era un placer que había imaginado muchas veces y que se había convertido casi en obsesión y que solo hasta ese mágico momento estaba probando.

- ¿Te gusta agarrarlo?

- Si, le contesté de inmediato sin ningún tipo de reserva.

- ¿Qué prefieres, dedito o pajarito?

- Pajarito, respondí en una especie de duda y realidad, pues tenía miedo que al penetrarme con su pene se me fuera a despertar un gusto que después ya no me fuera posible comprobar; tenía miedo, aunque una parte de mi lo anhelaba.

- Entonces dime “papito, por favor méteme tu pajarito”.

- ¡No hombre! mejor deja tu dedito.

- No seas “rejega”, vas a ver que si me lo vas a pedir.

Al decir esto apretó con su mano la mía que tenía sobre su pene haciendo que esta ejerciera en el una presión que provocó de inmediato una reacción como una especie de respingo. Agregó.

- ¿Verdad que si lo quieres?

Oí muy lejos mi propia voz que tímida, llena de emoción y adivinando un placer prohibido dijo simplemente “si”

Estaba siendo penetrado por un dedito, y era muy rico y esa sensación mas el contacto con su pene me hicieron olvidar cualquier pena o barrera. Me le quedé mirando sin decir una sola palabra y en ese momento nació Patvé, combinación de Patricia y Verónica, los nombres que de haber sido mujer mis papás me hubieran puesto. Si, no había duda, Patvé estaba naciendo en esos momentos.

El estímulo sexual para hombre o mujer es muy poderoso. Yo sentía ese pene en mi mano, lo acariciaba con pasión, como si me hubieran dicho que de pronto se iba a ir.

En la confianza que nos daba esa intimidad tomé con mis manos la cintura de la trusa de Jaime y la jalé hacia abajo liberando de su jaula a esa magnífica fiera que se erguía plena ya sin el yugo de la prenda que hasta entonces la tenía atrapada expresándose a partir de ese instante como dueña de la situación por la ferocidad con que se manifestaba. Lo mire nuevamente mientras lo acariciaba ahora con ambas manos disfrutando la realidad de un sueño que había esperado por mucho, mucho tiempo.

Jaime me tomó de la cintura y me giro al tiempo que me decía que me volteara de espaldas. Yo sabía lo que venía y lo deseaba, me pidió que me agachara sin doblar las rodillas, asi lo hice obedeciendo con placer las acciones que me pedía y que me llevarían a recibirlo.

Fijé mis manos en una tarima en donde había unas cajas de productos y de ahí me sostuve. En un segundo sentí claramente la cabeza de su ave tocando a su nido. No puedo describir lo que sentí, solo pensé que era el momento de mi plenitud y que finalmente tenía lo que tanto trabajo me había costado decidir.

Los senos que ocultaba con la camiseta colgaban y sentía su peso en mi pecho. Jaime no sabía de ellos y yo no quería decirle hasta sentirlo en mi. El se empujó varias veces en otros tantos estériles intentos de penetrarme pues que sucediera asi pero la falta de lubricación impedía que la fiera pudiera entrar con libertad a su cueva, esa que la había estado esperando por tanto y tanto tiempo. El lo intentó una vez mas empujándose firmemente pero por mas esfuerzos que el hacía por penetrarme y yo por ayudarlo no pudimos pues el dolor que me causaba era insoportable superando incluso el deseo de recibirlo.

El se hizo para atrás y me dijo que se estaba lastimando, que se estaba rozando y que no podía seguir. Sin quererlo fue un descanso para mi que estaba sintiendo similar dolor, finalmente su halcón no entró pues me estaba amancillando y se estaba dañando también el.

Después de ese segundo intento no dijo nada mas, simplemente se hizo para atrás, no esperó a intentarlo nuevamente, estaba demasiado excitado, me dijo que me enderezara y le hiciera entonces con la mano lo cual hice hasta que el arrojó un mundo inmenso de blancura que cayó al piso en dos o tres arremetidas. No era lo que yo hubiera querido pero la emoción de haber logrado que el tuviera un orgasmo provocado por los estímulos que yo le estaba haciendo fue emocionalmente muy satisfactorio para mi.

No dijo nada, abrió una cajita de kleenex de bolsillo y se limpió y me pasó algunos para que yo me limpiara la mano que tenía restos de su semen.

Fue todo tan rápido que no se ni como acabó. Jaime no espero a mas, ya sin la calentura de la excitación original no quiso seguir con el juego. Dijo que era muy tarde y que ya teníamos que irnos. Entró al pequeño baño y terminó de asearse mientras yo me acomodé la ropa. Entré rápidamente al baño a lavarme y salimos de la tienda, el puso los últimos candados, volteó a verme y me preguntó si me había gustado.

- ¿Qué? le pregunté, no quisiste meter ni tu dedito, y tu pájaro no fue lo suficientemente fuerte para entrar.

- No, no, no, respondió, quien ya no quiso fuiste tu porque te estaba doliendo porque eres señorita, diciendo esto soltó la carcajada y agregó, pero no te preocupes, habrá mas oportunidad.

Esa noche fue larga, de profunda reflexión, aunque no había logrado la penetración, el hecho de haber tenido su pene en la boca de mi colita ayudó a que entendiera mi definición. No me arrepentía, al contrario, me gustaba lo que había pasado y que yo lo hubiera aceptado y hasta deseado y disfrutado hasta el momento en que por el dolor no se pudo mas.

No me sentía mal que eso hubiera pasado, me gustó pero no por eso dejé de pensar en lo que dirían mi mamá y mi hermana si lo sabían, no quería que lo0 supieran, pero en realidad no me preocupaba.

Fue una noche que lejos de provocarme alguna reacción de arrepentimiento se hizo larga y placentera terminando en una autosatisfacción poco antes de dormirme, ahora si, ya no imaginándome lo que era tocar un pene, si no recordando el pene que había tocado, la sensación que aún llenaba el hueco de mi mano con el recuerdo adicionado de la cabecita que había estado justo a la entrada de mi agujerito el cual alcanzó a penetrarme unos milímetros, suficiente para dejar en el la sensación que tanto había estado esperando. Tuve una eyaculación sin necesidad de tocarme siquiera, fue cuando recordé como su cabecita había estado tratando de penetrarme, el dolor a la vez placentero que me había causado y el recuerdo al sentirlo en esos momentos. Esa sensación me acompañó por mucho tiempo.

Me gustaba mi forma de estar despertando al sexo. Me gustaba que por ser en la forma femenina me daba esa especial satisfacción. Me gustaba recordar la sensación en mi mano al haber tocado el pene de un hombre, todo, era una serie de placeres vividos apenas de manera incipiente como puerta a lo que vendría después.

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